martes, 23 de enero de 2018

NI PARRA NI NERUDA, ¡LA CIUDAD DE LOS BANDIDOS!






Ya, para decir algo, porque es el tema de moda, digo: Nunca leí nada de Nicanor Parra.
Nomás conocí su casa.
Bueno, no la conocí.
La vi de afuera y de lejos mientras iba por aquella carretera al lado del océano, rumbo a la casa de Neruda en Isla Negra.
Mientras pasaba por la casa del antipoeta (¿guatafac?) me dijeron: "Esa es la casa del Nicanor". Dije: "Aaah", por mera educación. Y luego dijeron: "Y el viejo desgraciado está ahí, pero ya no recibe a nadie. Digo, por si se te ocurre ir a visitarlo". Y dije: "Aaahhh", otra vez, mirando a ratos el océano y a ratos los murales con versos de Neruda y de Parra que se levantaban junto al camino con vista al mar, si acaso los murales tuvieran vista hacia alguna parte. Es que Neruda me era más interesante, no porque sea mejor, que no lo sé porque no leí a Parra, pero me era más interesante porque estaba muerto. Bueno, sigue muerto. Igual ahora que Parra. Debo tener un problema con esto.
Ahora, si volviera a ese magnífico lugar, en verdad no sabría a qué casa ir. O capaz que no iría a ninguna y me pasaría de largo hasta esa ciudad blanca y costera en que antes veraneaban los ricos, pero que ahora es casi una zona tan roja como simpática al lado del mar. Ese Pacífico tan inmenso, doloroso y mezquino para nosotros.
O quizá baje a la playa, llegue a la orilla, moje mis pies, me ponga ridículo, haga un agujero en la arena y entierre allí una manillita tricolor, como hice aquella vez.
Yo no sé.
¿De qué iba todo esto?
Ah, sí. De Parra, de que no lo leí, de que no fui a su casa, de que está muerto y de que me pongo ridículo cuando estoy frente al mar. Sí.

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