sábado, 10 de septiembre de 2016

NIETZSCHE: UNA PARADOJA, NIVEL DIOS

 
Nietzsche en el manicomio de Jena, 1899, 55 años

         
Esta mañana husmeaba en mi biblioteca, cuando de golpe me saltó a la cara un libro que no había notado hacía mucho tiempo. 
Se trata de un tomo que contiene dos obras de Nietzsche, y que era parte de los cinco volúmenes que compré jubiloso hace ya tantos años, un buen día de esos en los que quería incendiar al mundo. De veras que lo quería hacer, pero no sabía cómo, de modo que decidí aprender del mejor. Por eso los compré.
Los tomos recogían la obra completa del filósofo alemán que yo idolatraba en aquellos mis tiempos de perro rabioso, y por tanto eran para mí las joyas más preciadas entre todos los libros que había traído de los distintos países adonde había viajado en mi labor de periodista. Eran mi bandera personal. Me llenaban de orgullo.

Este tomo en particular, que de pronto hoy perdió su aura de invisibilidad entre mis libros, contiene dos obras: "Aurora" y "El Anticristo".

En la breve reseña sobre la segunda pieza, se lee: 

"El Anticristo, cuyo subtítulo es: la maldición sobre el cristianismo, apareció en 1895, cinco años antes de la muerte del autor. El Cristianismo es para Nietzsche la religión de la compasión, y como tal, representa todos los malos instintos de la decadencia".

No pude leer más. Sentí como un golpe en el pecho. Entendí. Tampoco volví a colocar el libro en el lugar de donde lo había tomado. Lo sostuve, fuerte, como si pensara que se me podía escapar de las manos.

Entonces recordé el consejo que me había dado hacía muchos años atrás un elocuente y entrañable amigo, José Ramón Verano, a propósito de la lectura de algunos autores, mientras nos tomábamos un café en la Casa de la Cultura de Santa Cruz. Un café que pagó él, porque yo no tenía dinero.
José Ramón, un gigante con ojos de niño, un hombre muy culto, racionalista a secas, filólogo, dramaturgo, cubano en el exilio y amigo, me dijo entonces:
-Hay algunos autores que son en verdad peligrosos. Te envenenan la cabeza con su peste, mientras les aplaudes, y luego dejan libre al monstruo que llevamos dentro. 
-Yo ahora estoy leyendo a Nietzsche, le dije orgulloso, cándido, imprudente, campesino de 19 años. 

Arqueó la cejas con gesto de alarma y sorpresa. 

-Ese es el peor de todos. Es el más sangriento de todos. El más loco de todos, es un maestro de homicidas, me dijo. 

No lo comprendí bien en ese momento. Me pareció que el siempre calmo y sabio José Ramón, esta vez exageraba un poco. Nietzsche, tan lindo y malvado, cómo pues iba a ser maestro de homicidas. 

Tuvo que pasar una década y media para que al fin comprendiera su consejo. Pero mis razones para hacerlo (por fin comprender el peligro de ciertos autores) llegaron a mí por un medio distinto, a través de una naturaleza diferente. Una más profunda. Inapelable. Maravillosa. 

Lo que no había entendido en las palabras de José Ramón, es que por ejemplo,  Hitler fue un asiduo lector de Nietzsche, y las ideas del filósofo del martillo construyeron en Hitler, o más bien, desataron en Hitler, al mayor genocida del siglo 20. Principios como supremacía racial, exterminio de los inmundos-subhumanos-inferiores o la idolatría del hombre, o en este caso, del Superhombre, fueron conceptos aplicados por Hitler, aprendidos de Federico Guillermo. 
La II Guerra Mundial dejó un saldo de 50 millones de muertos. Sin contar a los heridos, los mutilados. Ningún conflicto en la humanidad, ni antes ni después, dejó a tantas personas asesinadas. Ningún conflicto como ese, impulsó el desarrollo y el uso de armas tan terribles como la bomba atómica. 
Las ideas tienen más poder que los cañones, porque también son capaces de convertir  casi a cualquier cosa, por muy buena que sea, en un arma letal de destrucción masiva.

Ok. Pero yendo ya al centro del problema, es decir, el buen Federico Guillermo. Cabe preguntarse: ¿por qué Nietzsche se convirtió en Nietzsche?. 
Probablemente porque su padre, Pastor evangélico, no hizo un buen trabajo como padre y lastimó el  corazón de su hijo. Quizá desató la ira de éste contra su padre, contra lo que era su padre, contra aquello en lo que creía su padre, contra AQUEL a quién aparentemente servía su padre. Nietzsche odió a su padre, la autoridad y las leyes de su padre, y por extensión odió al Dios de su padre, a la autoridad y a las leyes del Dios de su padre. Y odió a Dios, porque también es Padre. 
Estoy seguro que Freud lo explicaría mejor que yo. 
Ese fue tal vez el origen de Nietzsche, que nunca fue padre. 

Además del entendimiento que recibí un día para comprender la toxicidad de Federico Guillermo, otros elementos muy racionales  me terminaron de desencantar de él. 

Por ejemplo: El hombre que declaraba la muerte de Dios (plagiando una expresión de Hegel, que había dicho la frase en un contexto distinto), murió sifílico y esquizofrénico. Ambas condiciones dicen mucho del pensamiento y del pensador que lo piensa. 
La sífilis era el resultado de una vida de visitas a prostíbulos. Un hombre respetado, admirado, que podía conseguir casi a la mujer que quisiera por su condición de rockstar de la época, necesitaba ir a prostíbulos... Un hombre que no podía controlar sus propios impulsos en la carne, ¿de qué Voluntad de Poder me podía hablar?
 Y la esquizofrenia me hablaba de una mente enferma. Sometida, doblegada, esclavizada a la enfermedad. Entonces, todos los argumentos con los que éste pobre hombre había envenenado a la Tierra (y la sigue envenenando), habían salido de una mente enferma que estaba totalmente fuera de control. El inventor del concepto brutal del Superhombre, resultaba entonces un simple y triste mortal con delirios de grandeza, que no podía controlar ni su propio cuerpo, ni sus pensamientos. 
Era un perro rabioso dando dentelladas al aire. 

Pero su humillación iría más lejos. El hombre que pregonaba la Voluntad de Poder como argumento vital para imponerse a los débiles y a los compasivos (cristianos decadentes); el que impulsaba el arquetipo del Superhombre, incapaz de la piedad, de la compasión, porque eso sólo era natural a los esclavos; no pudo evitar ni la miseria de una enfermedad que lo denigraba, primero en las calles y luego en un manicomio; ni la muerte. Y aún peor: el Superhombre no pudo decidir dónde lo debían enterrar. Emprendió una cruzada contra Dios pregonando la primacía de la voluntad de los fuertes, pero no pudo decidir siquiera dónde lo iban a enterrar.
El hombre que es la bandera de los cultos odiadores de Dios, fue sepultado en una capilla evangélica alemana, hasta donde deben llegar y entrar hoy sus más encarnizados fans. 
Sí. Es una paradoja nivel, Dios.  

Nietzsche vendió humo y cobró sangre, como me había dicho José Ramón aquella noche en la Casa de la Cultura hacía tantos años. 

De modo que cuando hoy vi el volumen entre mis otros libros, decidí extirparlo de ahí. 
Lo he sacado de mi casa. Lo he traído a la oficina.
¿Qué haré con él? Quizá lo vuelva a estudiar para seguir desmontando a éste ídolo de pies de barro que sigue arrastrando a muchos en su caída. 
Quizá me deshaga del tomo. 
Un libro menos de él circulando en el planeta, es para mí... una pequeña victoria de la cordura y de la vida, contra el veneno de palabras que hasta aquí sólo han engendrado muerte.

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