domingo, 12 de febrero de 2017

HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE...



La suya es una locura más grande que la guerra misma. 

Desmond Doss (Andrew Garfield), es un campesino cristiano virginiano que ha crecido en un hogar humilde atravesado por la fe inquebrantable de una madre ejemplar; y el alcoholismo violento de un padre que no superó nunca los traumas de la I Guerra Mundial.

En una trinchera en medio de la batalla, el soldado Doss dirá después recordando el único día en que tomó un arma en su vida (se la quitó a su padre, quien quería matarse en delante de su madre): 
"No maté a mi padre. Pero lo maté en mi corazón".

Doss, ingenuo, pero de convicciones firmes, desea servir a su país en la peor guerra de la historia sin llevar un arma. Considera justo responder a Japón. Sus amigos han ido a la guerra. Su hermano ha ido, pese a la oposición de su padre. Desmond quiere ir a la matanza sólo armado de al menos dos de los mandamientos de Dios: "No matarás" y "amarás a tu prójimo como a tí mismo". Sin duda, la guerra contra Japón es el peor lugar para aplicar aquello. O quizá es el mejor.


Claro, en un mundo en guerra, ser un pacificador según el corazón de Dios, se vuelve un problema. Y Desmond los tiene. 
Los militares creen que él se siente moralmente superior a ellos, que sí tienen que hacer el "trabajo sucio" de enfrentar a ese satanás que los arrastró a la guerra en Pearl Harbor, y tratarán de escarmentarlo para que desista. Es un mal ejemplo para un país que necesita estar unido en el esfuerzo bélico. Debe salir del ejército.
 Lo presionarán, lo golpearán, buscarán acusarlo de loco, lo mandarán a Corte Marcial y lo amenazarán con varios años de cárcel. Pero Doss es un hombre de fe y para serlo (lo sabemos), hay que tener mucho valor, algo que sus camaradas descubrirán en el transcurso de la confrontación con los japoneses en el Pacífico. Doss, el cobarde, mostrará de qué está hecho y en Quién ha creído.
En lo peor de la masacre preguntará al Señor, que nunca antes le ha hablado: ¿Qué quieres que haga? Y obedecerá, y será un héroe de guerra,  no por quitarle la vida a otros hombres. Algo inédito. 

El suyo será un testimonio de amor en medio de la barbarie, en el que no sólo arriesgará la vida para salvar a sus compatriotas, sino también a los japoneses, a quienes él ha visto masacrar a sus compañeros. Pero son humanos, como él. Hijos del mismo Dios. No los odia, no desea venganza. 
Sí, la suya es una locura más grande que la guerra misma.

En la vida real, Desmond Doss salvó a 75 hombres y no mató a ninguno. Fue el primer objetor de conciencia en recibir condecoraciones del gobierno de EEUU y en ser catalogado un héroe de guerra. 
Mel Gibson, fiel a su habitual hiper realismo, pero esta vez sin exagerar, hizo un maravilloso retrato de este hombre ejemplar, en una película cuyo reparto está conformado además por Hugo Weaving (el padre de Desmond Doss),  Sam Worthington  (capitán Glover) o Vince Vaughn  (sargento Howell).

Mel Gibson se caracteriza por un maravilloso manejo de la fotografía y de la luz. Esta no es la excepción, pero los recursos técnicos de este gran director palidecen ante la importancia del mensaje, un mensaje que atraviesa el tiempo y las ideologías. Un mensaje que describe a un hombre que en el peor escenario posible, nos dice... No, no nos dice, nos muestra que Dios no está loco, y que la misericordia en medio del horror es el único camino posible para alcanzar esa paz que es la más importante de todas: la paz individual. La de adentro. 
Nos muestra que la paz del mundo se construye con la paz de cada uno. Y que si confías en Dios, incluso en medio del infierno en la Tierra, EL te puede llevar y traer de allí. Sano y salvo. Muy salvo.  

Desmond triunfará ahí donde su padre fracasó, redimirá a su familia, y con ella, a la humanidad entera.
Esta es sin duda una película imperdible, para verla en el cine y para tenerla guardada en casa. Para verla cada vez que sientas que nada bueno hay en esta Tierra.
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1 Corintios 2:14 El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente.

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