Pablo predicando en Atenas, la cuna de la filosofía humanista y de un potente culto a los dioses olímpicos. Culto copiado del panteón egipcio y heredado a Roma, que llevó a sus templos a los dioses griegos, pero les cambió el nombre. Por ejemplo, Zeus se llamó Júpiter. O Ares, que pasó a llamarse Marte.
Tras la incursión de Pablo al corazón mismo del paganismo ilustrado del mundo, eventualmente la adoración de Zeus fue decayendo en Grecia, hasta que finalmente el cristianismo sepultó a los dioses olímpicos. No hizo falta violencia. Por sus frutos, Dios fue conocido, aceptado y recibido.
Pero la relación entre el cristianismo y Grecia, cuna de la filosofía y de la ciencia, no acabó ahí.
No sólo que el griego fue la lengua en la que se escribieron los Evangelios (70 D.C) y en la que fueron inicialmente difundidos entre los gentiles, sino que eventualmente Grecia adoptaría como nacionales los símbolos cristianos, hasta llegar a su actual escudo y bandera, en donde el emblema central es una cruz... Lo mismo sucedería en los ex reinos vikingos (hoy Dinamarca, Noruega, Suecia o Finlancia), en los que en otrora edad oscura, goberanaban los dioses Odin, Thor y compañía. Territorios que sin embargo fueron ganados a la fe de Cristo, y cuyas banderas actuales hoy llevan sendas cruces en señal y memoria de AQUEL que triunfó también en esas tierras.
Y es que, como dicen Pedro y Juan en el libro de Hechos de los Apóstoles tras ser azotados por predicar a Cristo: "No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oido".
No, no podemos
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